Bakkan, El Último Cimarrón

[responsivevoice_button voice=”Spanish Female” buttontext=”Escuchar Cuento Corto” rate=”1″ pitch=”1.2″ volume=”0.8″]
La historia es el esfuerzo de los hombres para conseguir la libertad. 
- Friedrich Hegel

En el año 1879 todavía en Cuba, la esclavitud no había sido totalmente eliminada. Esta fue oficialmente abolida en 1886. En el 1878, como parte del Pacto del Zanjón, los esclavos que participaron en la guerra de los Diez Años fueron liberados, pero aquellos que no, se mantuvieron en cautiverio. La Guerra de los Diez Años, fue la primera de las tres guerras cubanas de independencia contra las fuerzas coloniales españolas. Esta guerra comenzó con el Grito de Yara, en la noche del 9 al 10 de octubre de 1868, en la finca La Demajagua, en Manzanillo, que pertenecía a Carlos Manuel de Céspedes. Esta culminó con “El Pacto del Zanjón” que establecía la capitulación del Ejército Libertador Cubano, llamados Mambises, garantizándole al gobierno español que ninguno de los dos objetivos fundamentales de dicha guerra: La independencia de Cuba, y la abolición de la esclavitud serían concedidas por España.

Los hacendados con fincas alrededor del pueblo de Victoria de las Tunas, una pequeña ciudad, fundada en 1796, cerca de la iglesia de San Jerónimo consecuentemente como resultado de diez años de pugnas sangrientas, no libraron a sus esclavos, pero en represalia acrecentaron los maltratos contra ellos. Victoria de las Tunas como también se conoce esta ciudad, está localizada en la parte oriental de Cuba y muchos claman que en un tiempo fue parte de Camagüey. Nuestros antepasados a menudo comentaban que Camagüey fue siempre la provincia más próspera del país.

Uno de los hacendados, el señor Rodolfo Valencia, quien era parte de una de las familias más ilustres y acaudaladas de la zona, conocida como los Valencia, se convirtió en uno de los esclavistas más crueles con sus cautivos africanos. Su finca estaba ubicada muy cerca de donde ahora está El Cornito, también conocido como el Parque del Cucalambé. En ese pintoresco lugar, a cinco kilómetros de la ciudad, compuso gran parte de su obra el poeta Juan Cristóbal Nápoles Fajardo, conocido como El Cucalambé. El Señor Valencia hacía trabajar a sus esclavos desde muy temprano en la mañana hasta tarde en la noche. Los azotaba y torturaba por cualquier motivo. Entre sus esclavos además de haber esclavos dóciles, también los había gelfes que pertenecían a una tribu conocida por su gran corpulencia, orgullo, y rebeldía. Según algunos expertos esta tribu fue dividida y sus miembros vendidos en Cuba, Nueva Orleans y Brasil.

Uno de los esclavos proveniente de esa tribu, cuyo nombre era Bakkán, llevaba ya mucho tiempo descontento con el trato del hacendado Valencia y sus brutales peones. Los esclavos trabajaban en las labores agrícolas y al retirarse a las barracas a dormir eran encadenados. Un día uno de los peones, Don Rafael mandó a Bakkán a cargar leña para la hacienda y sin intención la leña se le desplomó de sus brazos. Don Rafael lo azotó sin remordimientos, hasta ver brotar sangre de todo el cuerpo de aquel corpulento esclavo. Bakkán se le enfrentó, reventó las cadenas que ataban una de sus manos a su pie derecho, lo desarmó con diestros movimientos, y con golpes contundentes lo asesinó. Escapó a los campos que en aquella época eran bien espesos. Corría descalzo por aquellos matorrales sin que nadie lo pudiese alcanzar. El hacendado y sus peones, con sus perros cazadores entrenados para buscar cimarrones, estuvieron detrás de el sin resultado por varias semanas. A los esclavos que se escapaban los llamaban cimarrones.

Bakkán encontró una cueva detrás de una pequeña cascada y en ella se escondió. Solo salía temprano en las mañanas para cazar y buscar alimentos y se volvía a esconder. Así vivió casi diez años, completamente aislado. Según la leyenda muy conocida en las Tunas, una vez Bakkán salió a cazar y se encontró con un grupo de soldados españoles que rondaban por el lugar. Bakkán solo tenía un machete, y se trepó a una pequeña loma, cerró sus ojos negros como el azabache esperando lo peor, que le dispararan de los mosquetes que portaban los soldados. Pero los soldados españoles tenían lo que llamaban “El Código de Honor”. Los hombres de hoy en día le es muy difícil entender que significa este código. En vez de disparar, subieron uno a uno a combatir cuerpo a cuerpo con sus espadas al cimarrón africano. Claro que Bakkán era mucho más corpulento, los hirió y desarmó a todos. Concediendo que habían perdido la cruzada, lo dejaron escapar. Esas eran las reglas de nuestros antepasados, el ejército español.

Como ya había citado, en 1886 la esclavitud fue totalmente abolida en Cuba, y Bakkán fue descubierto por unos criollos campesinos, mientras este cazaba, dos años más tarde. Estos lo llevaron a la ciudad y le explicaron que no tenía que temer pues la esclavitud había terminado en Cuba. El ultimo cimarrón estaba espantado, habían pasado diez años desde que se alzó en los bellos campos del Balcón de Oriente. Los campesinos lo llevaron a la única iglesia que tenía Las Tunas en aquella época y lo bautizaron dándole el nombre de Víctor, un nombre que proviene de la palabra Victoria. Víctor se casó con una bella mulata y tuvieron dos hijos Miguel y Bakkán. Víctor comenzó a trabajar de cochero y su vida se colmó de la paz y el amor que se merecen todos los seres humanos. En la provincia de las Tunas el transporte de coches alados por esbeltos caballos es una hermosa tradición.

Mas tarde en 1895, Víctor se unió a las tropas de Antonio Maceo, luchando por la independencia de Cuba. En la invasión de Oriente a Occidente, cruzando la trocha de Júcaro a Morón, no superó siete heridas de balas que alcanzaron su ancho pecho y fue enterrado en la provincia de Las Villas con todos los honores de un guerrero Mambí. El primer presidente de Cuba independiente de España, Tomas Estrada Palma, ordenó construir un monumento en las Tunas en honor a Bakkán. En el monumento incrustaron el machete que usó Bakkán durante diez años e inscribieron las siguientes palabras: “Bakkán, el ultimo cimarrón y el más valiente guerrero mambí”. Cada vez que visito Cuba, voy a la Iglesia de San Gerónimo para honrar a nuestro héroe Bakkán.

¡Benditas sean sus almas!