Los Gatos de Hemingway

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“El mundo rompe a todos y después muchos son fuertes en los lugares rotos”.

El plan era perfecto y consistía en robar todos los gatos que viven en la residencia de Hemingway en Cayo Hueso y venderlos. Robert era un norteamericano de origen escocés y cubano que tocaba saxofón y piano con una habilidad increíble, especialmente los ritmos afrocubanos y el jazz brasileño. Pero quien no pudo superar las dificultades en una sociedad donde la calidad no es lo más importante. Tocaba en bares y restaurantes nocturnos, lo cual le permitía vivir de mes en mes. Sin embargo, ahora lo tenía todo calculado; los gatos robados y después vendidos podrían aportarle una suma que podría llegar a unos cuantos millones de dólares. A pesar de que la lógica no lo acompañaba, según algunos de sus compañeros íntimos y quienes se negaron a participar en la aventura, su propósito era claro y preciso. Apoderarse de los gatos y venderlos en Europa como los descendientes directos de los gatos que crecieron junto a Hemingway y que fueron testigos de los momentos en los que el escritor escribió algunas de sus grandes obras. Robert estaba convencido de que estos gatos guardaban algunos secretos que el experto escritor nunca llegó a compartir. Por eso, según su opinión, los escritores europeos pagarían mucho dinero para que los gatos con sus mímicas y maullidos les hiciesen saber todo lo que Hemingway no llegó a compartir en aquellos papeles en blanco que tanto lo espantaban, pues los últimos años del autor fueron muy duros.

Tras esta primera aventura y, de acuerdo con su resultado, solicitaría visa para viajar a Cuba en lancha y se robarían los gatos de la finca La Vigía, donde Hemingway escribió «Por quién doblan las campanas» su obra cumbre, lo que lo convertiría en el mejor escritor del idioma inglés de la época moderna. Esta sería una acción mucho más peligrosa, pues, como se le había explicado en Cuba, la policía y los guardias secretos eran la mitad de la población. Algo que beneficiaba al pueblo cubano, pero no para su misión de robar los gatos y no devolverlos. La preparación de la operación Cayo Hueso requirió casi seis meses. Si querían tener éxito en su empresa, había muchos detalles que considerar. Tenía que viajar de Nueva York en Jet Blue, esta empresa no era muy curiosa y ofrecía buenos servicios. Además, las azafatas son muy amables. El vehículo debería ser alquilado a la empresa Budget y esto no se decidió al azar. Él solo alquiló un vehículo con Budget una vez. El y un amigo golpearon el auto en un costado y Budget no les cobró por la reparación. Tomó un taxi en el Bronx al aeropuerto de New Jersey y abordó el Boeing 727 de JetBlue hacia Florida. Al llegar a Fort Lauderdale, tomó el vehículo Ford Mustang descapotable y se dirigió hacia Cayo Hueso. La travesía de Miami a Cayo Hueso le pareció una maravilla, diseñada en un equilibrio entre la mano del hombre y la naturaleza, numerosas puentes e islas rodeadas por el mar y la flora típica de Florida. Al llegar a Cayo Hueso, se alojó en un motel cercano al museo, y devolvió el Mustang y lo cambió por un camión en el que cabían todos los gatos. Solo consiguió rentar uno de la empresa Enterprise y claro que como se sobreentiende en todas partes, usó documentos y tarjetas de créditos falsos.

El museo de Hemingway está situado en la 907 Whitehead Street, la parte más antigua de la ciudad. En este lugar se hallaban 50 gatos de seis dedos con un valor histórico excepcional, al igual que aquellos que se encuentran en su hogar en la finca de La Vigía, en Cuba. Hemingway residió durante unos diez años en la residencia de Cayo Hueso, y en ella compuso su obra “Adiós a las Armas”. Robert caminó por toda la casa durante varias horas la primera noche, asegurándose de que en realidad no había guardias de seguridad, solo cámaras y alarmas. Un amigo de la infancia que se había retirado del ejército y quien participó en guerra en Afganistán e Irán lo estaba esperando. Este ya tenía previsto desactivar las cámaras y las alarmas. El inconveniente era cómo agarrar cada uno de los gatos, pues eran muchos. Por lo tanto, pagaron a unos muchachos de la vecindad, diciéndole que estaban haciendo un trabajo voluntario para inyectarle unas vitaminas a los gatos y que tenía que ser de noche. Se seleccionaron 10 jóvenes que se sentían muy orgullosos de participar en un programa tan importante. Después de desarmar todas las alarmas y las cámaras, pusieron comida muy codiciada por los gatos en el centro del jardín. Entre los dos adultos y los diez chicos, todos los gatos fueron llevados al camión donde los encerraron. Les agradecieron a los chicos el pago y se dirigieron a Carolina del Norte. Allí los estaría esperando un gigantesco yate de un millonario ruso que transportaría los gatos a Barcelona. De acuerdo con el esquema trazado, el lugar donde los gastos serían más codiciados sería Barcelona, Francia e Italia. Los individuos arribaron sin esfuerzos a Carolina del Norte, y procedieron a descargar los gatos. El millonario ruso Ivanov les asignó 500 000 dólares por anticipación a cada uno y se echo a la mar.

En la mañana, en el museo, el director, quien llegó como de costumbre muy temprano, se percató de que los gatos habían desaparecido y se puso en contacto con la policía local. Estos llegaron ingiriendo chicles e ingiriendo donuts y transcurrieron casi cinco horas haciendo preguntas. Uno de los agentes de origen irlandés halló que las cámaras y los sistemas de seguridad estaban completamente desconectados. Y le pareció que esto era el trabajo de un profesional retirado de las tropas especiales del ejército. Buscaron en las computadoras y había muchos soldados profesionales retirados del ejército en Cayo Hueso. Debido a la importancia de los gatos y para evitar un escándalo, transfirieron el caso al FBI, la policía federal. Estos, como adivinos que lo saben todo, ya habían detectado un yate con bandera rusa cargando en el puerto de Carolina del Norte. El bote había entrado al puerto como turista y, por consiguiente, no tenía permiso para hacer cargas, pero no tenían un pretexto legal para investigar. Cincuenta gatos famosos eran más que una excusa para que el yate ruso fuera inspeccionado en Altamar.

Dos yates de propulsión con agentes del FBI iniciaron la persecución. En el yate ruso había diez hombres armados con la última tecnología que Rusia había producido y estaban dispuestos a abrir fuego en caso de cualquier contrariedad. A las dos horas, las dos lanchas norteamericanas habían alcanzado a la rusa y le ordenaron detenerse. Los rusos respondieron con fuego y el FBI respondió de inmediato, pero la batalla duró solo unos minutos. El fuego del FBI era muy intenso, pues disparaban desde dos lanchas. Tres gatos fueron heridos gravemente y dos rusos también. Los rusos, al percatarse de que no podían igualar la eficacia del fuego del FBI, se entregaron. La condena que todos recibieron fue severa, ya que poseían armas y robaron el patrimonio histórico de los Estados Unidos. Los gatos heridos fueron llevados al hospital y los demás fueron llevados al museo. Rusia solicitó que sus ciudadanos fueran extraditados y que cumplieran sus condenas en Moscú. Esto se ocultó de la prensa y solo los aficionados del autor lo saben. Robert y su amigo no fueron involucrados en el caso y como todo les fue bien, ahora están sacando las visas para irse a Cuba a robarse los gatos de la casa de Hemingway en la finca La Vigía. Según sus cálculos si un ruso les dio un millón por gatos descendientes de gatos que vivieron con el famoso escritor solo 10 años, cuanto les darán por aquellos gatos que vivieron con el 28.